lunes, 8 de abril de 2013

Lecciones de un colchón

Artículo disponible para publicación (texto completo), comunicando al autor al correo hernan.avendano2010@gmail.com 


La directora de una revista empresarial publicó en su blog una nota sobre el dilema enfrentado por ella y su esposo al comprar un colchón. Tenían la opción de uno colombiano y de uno chileno; la fuente del dilema radicaba en la garantía, pues, siendo similares en todo lo demás, el primero ofrecía un año y el segundo siete.  

El dilema estaba entre el cargo de conciencia “nacionalista” de ella por comprar un producto extranjero y la racionalidad del consumidor del esposo al preferir el de mejor garantía. El “nacionalismo” la llevó a encontrar que entre las causas de esta situación de enfrentamiento de un producto nacional con uno extranjero, que en su opinión será cada vez más frecuente, están los montones de TLC que el gobierno ha negociado. 

Varias lecciones deja esta historia, pero ellas no son exploradas por su creadora. La primera es que los principios de la teoría económica funcionan. La racionalidad del consumidor permite diferenciar las características de los productos y tomar la mejor decisión con la información disponible. En ese contexto, el precio revela múltiples dimensiones del producto; así, por ejemplo, si el colchón chileno ofrece mayor garantía por el mismo precio, esto lo puede leer el consumidor como mejor calidad del producto, y obviamente lo preferirá; aquí no importan los “nacionalismos”.

La segunda es que los empresarios se pueden estar pegando un tiro en el pie. Si ambos fabricantes usaron tecnologías de punta, materiales similares y hacen buena manufactura, no es claro por qué los dos colchones ofrecen garantías tan dispares. Podría ser por un “acuerdo” entre los colchoneros nacionales, como lo sugirieron los vendedores a la autora de la anécdota. O quizás refleje la arraigada herencia del proteccionismo en el que la calidad de los productos no era relevante. Sea cual sea, los fabricantes deben nivelarse con un mundo de creciente competencia (y no por los TLC, como se sugiere), en el que los consumidores son más exigentes y hacen valer sus derechos. 

La tercera, es que la distancia es cada vez menos una barrera a la competencia. La caída en los costos de transporte explica por qué un producto producido en otro país puede ofrecerse en Colombia a precios similares a los producidos localmente. Aun cuando el TLC firmado con Chile, le permite a los colchones ingresar sin el pago de aranceles, no se puede perder de vista que el fabricante ha incurrido en los costos de transportarlo miles de kilómetros, mientras que en caso del local la fábrica quizás esté en la misma ciudad o a unos pocos cientos de kilómetros.

La cuarta es que la mano de obra barata no explica la ventaja competitiva. El colchón de marras proviene de un país con un ingreso per cápita que duplica al colombiano y con bajos niveles de informalidad, razón por la cual es difícil concluir que la ventaja está en los menores costos laborales. Por el contrario, cabría esperar que fuera Colombia el país que la tiene.

La quinta es que el libre comercio no se puede entender como una desventaja. El colchón proviene de una de las economías más abiertas de América Latina, es decir con aranceles más bajos y más TLCs vigentes, incluso con China. Además, ese país optó por un modelo de “reprimarización” de la economía, en el que se considera que su industria no es muy fuerte ¿Por qué la fabricación de colchones chilenos no fue avasallada por la “invasión” de importaciones y en cambio tiene la capacidad de competir internacionalmente?

Estas lecciones dejan temas de reflexión no solo para los fabricantes de colchones sino para muchos otros productores que están clamando por protección ante los TLC. La lección final es que no hay que buscar la calentura en las sábanas.

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